top of page

Dust in the wind

  • Psic. Beatriz Orozco
  • 5 ago 2016
  • 2 Min. de lectura

Es un gusto volverte a escribir, ahora te traigo un pensamiento para el alma, ese cachito de ti que es atemporal.


Como te lo dije, quiero hablarte de lo atemporal... Me acuerdo una vez cuando era niña, mi abuela se sentó a mi lado en un escalón y me dijo "Tú me ves muy grande ¿Verdad? yo también veía grandes a mis abuelos, pero lo cierto es que yo me siento igual de joven que tú... Nuestros cuerpos cambian pero por adentro pareciera que nunca pasa el tiempo, como que nosotros realmente nunca envejecemos".


De niña, entendí un poco a lo que se refería mi abuela, pensaba que cuando era bebé no me sentía bebé y de niña tampoco me sentía tan niña.


Pasamos los años creyendo que en algún punto se presentará un ritual de graduación, un cambio interior; cuando lleguemos a adultos sabremos qué hacer con nuestras vidas y seremos capaces de cuidar a los niños; cuando seamos viejos seremos sabios, necios y descarados.


Ahora entiendo lo que decía mi abuela... Claro que se puede madurar y aprender de las experiencias, pero:

¿En qué momento estaremos listos para tomar buenas decisiones? ¿A qué edad estarás maduro para jurar un amor eterno? ¿Cuando dejarás de tener miedo a la muerte? ¿Será que por fin aprendiste a mediar con tus deseos y los de los demás?

El pensamiento infantil se sostiene de la fe, del concepto y creencia de que existen unos papás, unos maestros y unos gobernadores que saben lo que hacen y dan indicaciones porque son poderosos y porque, seguramente, tienen la razón.


Lo chistoso es que pasan y pasan los años a bordo de su tren bala y tú sigues esperando convertirte en alguno de esos admirables "adultos serios" que saben de qué trata la vida... No hay respuesta para las preguntas que te hice, pero ¿a poco no te haces preguntas así?


Hoy te invito a disfrutar de la vida como lo harías con un helado bajo el sol; la vida es corta y se nos escurre de las manos: Tu puedes preocuparte por cuánto tiempo le queda a tu helado o puedes entrarle con gusto, saborearlo mientras esté... Esa es para mí, la única ceremonia que tendremos para nuestra vida. Abrazarnos a lo que hay, sonreír ante nuestra grande o pequeña ignorancia y despedirnos con una sonrisa en la boca y en el semblante.


Dejamos que el cuerpo se desgaste como ya lo hace pero el alma (tu experiencia viva) se pule y abrillanta en el gozo de cada momento.

Comments


bottom of page